Guía No. 1: Analogía e intercambio: la forma del Amor

 

Guía No. 2: Libres en el Amor

 

Guía No. 3: Apuntes de teología trinitaria: la circularidad intra-trinitaria  Nuevo..!!!!

 

 

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GUÍA No. 1

Analogía e Intercambio:

La forma del Amor

 

1. Analogía, realidad y Cristo

La apertura de cada persona hacia una realidad siempre mayor, lleva en sí el germen de la diferencia. Estamos abiertos a un camino de búsqueda y realización de nuestro propio modo creatural de ser desde la alteridad recíproca de nuestra relacionalidad, que exige la ordenación de todos los sentidos y la razón hacia el Principio del cual todo proviene y que, a la vez, se nos revela como el Fundamento hacia donde todo se dirige.

En este camino los diversos órdenes que conforman la realidad, y que hemos caracterizado como lógico, ontológico y teológico, se entrecruzan y unen analógicamente, es decir, por relaciones de recíproca alteridad, como diría Erich Przywara. El orden lógico (decir) se funda en el ontológico (ser), y ambos presuponen al Teológico (trinitario), revelando en ello, una circularidad que constituye a la persona humana como una creatura unitaria y diferenciada a la vez. La analogía no es sólo un principio constitutivo del discurso, si bien ésto es cierto, ella es ante todo el modo originario cómo se encuentra estructurada y constituida la realidad. La analogía desvela una inquietante e inagotable profundidad en la realidad misma, ella descubre a la existencia bajo el ritmo oscilante de los contrarios, es decir, la simultaneidad de dos polos que mientras más se acercan, aún más se distancian para no dejar agotar la hondura de su esencia en la fragilidad de un solo encuentro.

El movimiento analógico que acontece entre los diversos órdenes de la realidad encuentra su fundamento último y originario en la vida intratrinitaria misma, en la que el Padre, el Hijo y el Espíritu siendo uno, lo son en tanto que en el otro y para el otro por relaciones de oposición. He aquí el núcleo de la más auténtica analogía, la vida intratrinitaria, que se revela como causa y razón de todo el creado a partir de sus procesiones. Si hablamos de una analogía del nombre según el orden lógico o una analogía del ser según el orden ontológico, es porque la imagen en base a la cual hemos sido creados está constituida vitalmente por el movimiento analógico mismo que refleja la mente divina de un modo más sublime en cuanto analogía trinitaria que se comprende dentro del movimiento originario y originante de la concepción de la Palabra en Dios y la generación del Hijo por el Padre. Forma ésta que constituye arquetípicamente a la realidad en sus diversos órdenes según relaciones diferenciales de recíproca alteridad que alcanzan en Cristo su forma más concreta y perfecta.

En este sentido en Cristo encontramos la medida justa o proporción adecuada entre Dios y los hombres, Él es el auténtico mediador (1Tim 2, 5). En Él mismo se encuentra la relación de recíproca alteridad más perfecta que pueda existir entre Dios y la humanidad, pues siendo verdaderamente Dios, es simultáneamente y sin contradicción verdaderamente hombre. Su humanidad y su divinidad se exigen mutuamente sin mezclarse o confundirse. Podemos decir que Cristo es el equilibrio exacto entre la analogía de proporcionalidad y la de atribución al modo de una concordancia entre lo uno y lo múltiple, es decir, dos naturalezas sin confusión o mezcla en una sola persona. La unidad en tensión propia de la diferencia creatural se expresa en Cristo como unidad diferenciada, por la que la verdad de Dios y la verdad del hombre coinciden en Él sin causar contradicción. A partir de estas consideraciones podemos hablar de una analógica de la Palabra.

 

2. Analógica de la Palabra: la revelación del amor trinitario

La analógica desvela la más exigente realidad de la palabra, a saber, el afirmar con profunda coherencia la positividad del otro en cuanto otro. La palabra humana es siempre una palabra reveladora de lo otro y distinto de sí. La diferencia que en ella se desvela no es en sí misma un totalmente-otro, sino un relacionalmente-otro, es decir, acontece dentro de la simultaneidad de una oscilación convivial que se mueve entre el intercambio de los contrarios, al modo de una unidad diferenciada, por la que toda semejanza siempre tan grande queda inserta dentro de una aún mayor desemejanza.

En este sentido toda palabra humana es siempre una contra-dicción, no porque sea incapaz de contener el misterio que pronuncia, sino porque no puede decirlo de un modo unívoco y pleno, sino desde el peso de la realidad histórica que la delimita y determina relacionalmente. Esto nos permite comprender por una parte cómo en el amor se encuentra ya el odio, en la voluntad de crecer el agobiante peso de la monotonía, en la gracia la marca del pecado. Pero por otra parte desvela la realidad del siempre más que sobrepasa todo fragmento de nuestro realidad, de tal modo que ante el odio mismo nace la fuerza renovadora del amor, ante la monotonía la voluntad del cambio, y ante el pecado la vida reconciliadora de la gracia divina. La contradicción analógica de la existencia es el pathos mismo del cristianismo de donde emergen las diferencias y se revela la realidad última y siempre más honda del amor.

Esta analógica de la palabra encuentra su estructura originaria y arquetípica en el Verbo divino, la Palabra pronunicada por el Padre y amada en el Espíritu, haciendo del lenguaje no sólo el lugar de la cogitabilidad y decibilidad de Dios, sino el acontecimiento mediante el cual Dios mismo se da a conocer y revela como amor. Podemos hablar entonces de dos analogías fundamentales que desvelan la estructura originaria de la realidad.

Primera analogía: la palabra interior es al pensamiento como lo es Dios Hijo respecto a Dios Padre. La polaridad entre el pensar y el decir encuentra su arquetipo en la generación del Verbo divino. El Padre pensándose se pronuncia y así concibe a Su Palabra como expresión perfecta de su inteligencia divina. En este sentido se dice que el Verbo era Dios. Sin embargo, esta Palabra no es sólo del Padre, sino que es también Palabra pronunciada y concretizada en el Hijo, quien es el eterno pronunciado por el Padre, su Parábola perfecta. Y de ahí que se afirme que el Verbo estaba ante Dios. En Dios la unidad esencial viene así entrecruzada y comprendida dentro de las diferencias relacionales al modo de un reconocimiento de la positividad del otro que implica simultáneamente la inclusión del otro para poder ser sí mismo.

Esta primera analogía se resuelve en una segunda, a saber: la palabra es la expresión del pensamiento humano así como el Verbo divino es la expresión perfecta del Padre. La generación del Verbo divino no es simplemente una emanación intelectual que acontece entre el Padre y el Hijo. La Palabra en Dios es su forma suprema, la expresión perfecta de la esencia divina que se dona como arquetipo de todo lo existente. En el Verbo se establece una relación perfecta entre la palabra intelectualmente engendrada y la realidad objetiva del conocimiento, de ahí que suponga tanto la identidad divina entre el ser, el decir y el pensamiento, como la imagen trinitaria arquetípica de todo lo creado.

Esta forma suprema de Dios que se revela en el Verbo es a la vez la medida del amor de toda existencia, encontrando en Cristo su realización plena bajo el modo del intercambio. De ahí que la analógica de la palabra se resuelva bajo el ritmo del intercambio.

 

3. Analogía e intercambio: la forma suprema del amor

La forma suprema del amor supone en nosotros una inversión, a saber, nosotros amamos porque Él nos amó primero (1 Jn 4,19) y sólo en este amor nos reconocemos como otros, más no excluidos, sino valorizados en la propia distinción creatural e incluídos positivamente en la totalidad, ya que el amor reconoce al otro en cuanto otro que no puede ser nunca amenazado en su libertad. En este sentido, en el amor se concretiza y realiza la alteridad recíproca que en la palabra se nos revelaba, pero bajo la forma del intercambio, donde el otro ya no es un extranjero totalmente equívoco en su distinción, sino aquél sin el cual yo tampoco puedo existir, pensar y hablar. En otras palabras, el amor revela que la alteridad queda inserta en Dios como una realidad íntima e inquietante, que hace de su incomprensibilidad no un problema abstracto referido a lo que Dios es o no es en sí mismo, sino un dinamismo ético que reconoce al otro en el propio yo al modo de una unidad diferenciada por la que cada persona divina apunta a un más allá de sí que a su vez no reside fuera de sí.

El amor divino revela su rostro histórico en el acontecimiento de la encarnación del Logos como revelación del amor trinitario. Por una parte es Dios mismo quien sale al encuentro del hombre, viene al lenguaje y se manifiesta en el peso de la carne. Por otra parte el Hijo regresa al Padre, la crucifixión no es la última palabra. Ahora bien, entre el descenso (katalógico) y el ascenso (analógico) del Verbo divino existe una perfecta correspondencia que establece la medida justa del amor revelando así la verdad de Dios y la verdad del hombre. Se trata del encuentro de lo crístico y lo trágico, lo divino y lo humano, bajo la inquietante unidad en tensión que acontece en el entrecruzamiento de los contrarios (al modo de la forma-deforme) que es llevada hasta el extremo de la tensión desgarradora del crucificado en donde se nos revela el amor sin medida del Dios uni-trino. Es este el lugar donde Dios manifestó su gloria, su esencia divina. Es la analógica del commercium que no es otra cosa que el agape mismo como la estructura originaria, la norma suprema, la forma perfecta y la medida exacta de la vida intradivina.

La oscilación entre lo trágico y lo crístico no ha de comprenderse como un movimiento sin fin sometido a la contradicción, antes bien, cada uno de los dos polos se presuponen mutuamente e integran, pero uno de ellos es capaz de axpandir al otro a un nivel superior. Es decir, lo crístico está en-sobre lo trágico al modo de quien revela en él una realidad que está por encima de él, la sobreforma del amor revelada en la resurrección. Si la creación constituye un momento de afirmación mediante el cual Dios ama creando a su imagen y semejanza mediante su Palabra (forma), y la crucifixión reclama el momento negativo que asume el peso desgarrador de las contradicciones históricas en la muerte del inocente en la cruz (deforme), entonces la resurrección se alza como el momento de eminencia que anuncia la definitividad de un amor que está por encima de toda expectativa humana (sobreforma), pero se trata de una eminencia-continuada al modo de una con-crucifixión (Gal 2, 19-20), ya que tal experiencia ha de prolongarse pneumáticamente mediante los resucitadores en la historia quienes se entregan a su vez en un acto de recíproco donarse a quien se entregó primero por ellos.

Este es el camino del intellectus amoris donde el misterio de la diferencia se hace concretissimum. Este es el amor que nos revela al Padre y que acontece en el Espíritu, el amor realizado en Cristo, el analogado por excelencia, cuya Palabra no sólo revela la verdad de Dios y la verdad del hombre, sino también la correspondencia justa y posible entre ambas dentro de la profundidad inagotable de la novedad siempre mayor del misterio de la diferencia que entrecruza, articula y conforma analógicamente la realidad en sus diversos órdenes para integrar sus fragmentos dentro de la totalidad sintiente y siempre mayor del amor.

(Tomado de: LUCIANI Rafael, El Misterio de la Diferencia, Editrice Pontificia Università Gregoriana, Roma, 2002)

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GUÍA No. 2

Libres en el Amor

 

 

A lo largo de la vida muchas son las interrogantes que nos hacemos sobre el sufrimiento, el dolor, las angustias, en fin, aquellas cosas que nos afectan en nuestro diario vivir y que, aparentemente, dotan la vida de un cierto sinsentido amargo. ¿Está el problema en lo que nos sucede o en las actitudes con las que enfrentamos tales interrogantes? Cuando padecemos una enfermedad que no podemos cambiar, cuando un dolor que nos supera nos invade, cuando un vacío que no encontramos cómo llenar nos asume, ¿qué hacer? ¿resignarnos de brazos cruzados? ¿somos libres en medio de tales situaciones? ¿puede darse una auténtica experiencia de Dios en medio de esas situaciones límites?. El problema de fondo planteado en tales interrogantes es el de la libertad humana. ¿De qué manera podemos ser libres si nos oprime una situación con la que aparentemente no podemos cargar?.

 

La libertad no puede confundirse con el acto de elegir. No se es libre porque se pueda elegir en la vida, porque yo pueda decidir a dónde voy a estudiar, en qué quiero trabajar, o qué voy a hacer con mi vida, en fin, la libertad no es para. De hecho, muchas de nuestras decisiones no son libres, porque se realizan desde nuestras propias sombras, es decir, desde divisiones psicológicas, confusiones, miedos o complejos, entre otras razones. La libertad es un don que se gesta en medio del encuentro con la experiencia diaria vivida en el amor. La libertad es una actitud fundamental ante la vida, ante los problemas, ante las situaciones que nos afectan sin buscarlas o buscándolas. Somos libres porque primero está la experiencia del Amor, y no viceversa. Somos libres porque hemos aprendido a amar. Por  ello, la libertad es también una tarea por construir cada día en medio de la crisis de la existencia. Es un proceso de crecimiento que implica la ruptura con las falsas y dolorosas imágenes que nos hemos formado de la realidad, de las personas y de Dios (prejuicios), para, así, abrirnos a la novedad del encuentro diario en medio de la vida, frente a tantas situaciones que nos afectan. Por ello, la libertad se gesta en medio de la crisis como experiencia de desierto mediante la cual crecemos sanamente en la transparencia del barro, en el reconocimiento de nuestra propia debilidad, en la humildad de aceptar lo que no se puede cambiar por nuestro mero esfuerzo y en la necesidad de estar con los demás para compartir las propias cargas.

 

Si la libertad está precedida por la experiencia del amor, todas las situaciones que nos pueden agobiar y consumir humanamente encuentran un sentido mayor del que le puedo dar en un momento determinado, un “más” (plus) que hay que descubrir día a día. La libertad nos abre a la trascendencia de la existencia. Lo que pueda atravesar no es la última palabra sobre cómo tengo que vivir la vida, puedo elegir, tal vez no el hecho de cambiar la situación que no quiero pasar, pero sí puedo asumir una actitud distinta, siendo libres en el amor.

 

Tal actitud responderá al proyecto de vida que funde mi existencia. ¿Cuál es el sentido que en mi vida mueve y dinamiza todo mi actuar, mi padecer, mis alegrías y sufrimientos? Ese sentido mayor que nos mueve para ser más humanos es la opción fundamental de la experiencia de Dios en medio del día a día. Una experiencia que nos invita a creer firmemente en la esperanza, que no es lo mismo que la espera, sino la confianza plena en lo que ahora no veo claro pero, poco a poco, con gran sabor, se nos va develando, para enseñarnos a crecer en humanidad.

 

La libertad auténtica sólo puede darse en y desde el amor. Pero el amor no es un sentimiento bello, o una emoción hermosa que pueda tener solamente en un momento dado, es, ante todo, una decisión personal que integra, asume y da sentido a todas mis emociones y sentimientos, desde la rabia más fuerte hasta la dulzura más tierna. El amor es el equilibrio entre los polos opuestos que conforman la vida y con los cuales tenemos que aprender a vivir, pues la vida no es sólo paz y armonía, como tampoco únicamente dolor y sufrimiento. Yo soy el que hago de un sufrimiento, una enfermedad, una angustia, o una situación cualquiera el absoluto desespero de mi vida, pues todo lo centro en ello. ¿Soy entonces libre? Ciertamente en esa actitud estaré oprimido por las propias cadenas de mi historia de vida, por los complejos que nos vamos formando y las imágenes que nos hacemos de la realidad, en fin, por los miedos que tenemos y los complejos desde donde leemos lo que nos sucede.

 

Tenemos miedo a vivir el dolor, a morir, a que nos pase algo o a que a un familiar le suceda algo. ¿Quién nos ha dicho que el sufrimiento es algo negativo? ¿Qué imagen tenemos del sufrimiento? Puede ser doloroso, como todo cambio de vida, todo crecimiento, todo parto y toda situación que se nos impone repentinamente, pero eso no quiere decir que sea negativo, que no humanice. Es síntoma de una nueva situación que debo asumir y aprender a cargar con ella durante toda mi vida. Si la rechazo o lucho contra ella, nunca seré libre, porque nunca habré amado mi vida tal y como se me va presentando en cada instante. Siempre estaré comparando mi vida con la de otras personas. La libertad se funda sobre el amor porque nos enseña a abrazarnos, a vivir el proceso de la experiencia cada día, a perdonarnos y reconciliarnos con los hermanos. La libertad nos enseña a expresarnos desde la más genuina transparencia, sin miedos, sin complejos, sin temores al qué dirán, porque me quiero tal y como soy en este momento, aunque estoy abierto al cambio y la conversión, ya que reconozco que no soy perfecto.

 

Una persona libre en el amor vive su existencia despierta a la abundancia de la vida, donándose gratuitamente, siendo desinteresada y transparente, pero así como descubre la abundancia de la donación, también encuentra la abundancia de la propia aceptación desde la misericordia que sabe abrazar las propias actitudes y el respeto al proceso personal de crecimiento, sin quererlo apresurar, pues saborea que, a lo largo de su caminar, es débil. La abundancia de la vida es la experiencia de la gracia, es decir, del mismo Dios que se nos dona como amor sin límites para abrazarnos en cada momento de nuestro proceso y despertarnos a una vida más humana, donde aprendamos a abrazarnos y a abrazar a los demás, una vida que permita reconocer al otro como hermano e hijo de un mismo Dios-Amor.

 

Despertar a la abundancia de la vida es reconocer que toda experiencia que vivimos sucede en y con Dios, nunca fuera de él o sin él, así como en y con otros hermanos de los cuales nos vamos aislando. Es el Dios con-nosotros el que nos acompaña y hace de cada encuentro, de cada situación, un encanto antes que una tragedia, abundancia antes que egoísmo. Un encanto porque nos permite vivir una vida diferente, propia, que debo asumir porque es la vida que tengo, pero sabiendo que nunca estamos solos. Una vida en la que se nos regala la oportunidad de descubrir el encanto del amor para dejar de ser sujetados por las propias situaciones, complejos y miedos, y comenzar a caminar como sujetos de nuestras propias decisiones, plenamente libres en el amor, cargando y construyendo nuestras historias de vida.

 

(Tomado de la introducción de: LUCIANI Rafael, Despertar a la abundancia de la vida, Paulinas, Caracas, 2002)

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GUÍA No. 3

Apuntes de teología trinitaria:

la circularidad intra-trinitaria

 

 

1.  El Dios Uno y Trino está más allá de todo lenguaje humano: la constitución y estructuración analógica del lenguaje acerca de Dios

 

Cuando el pensamiento medieval del siglo XIII logra distinguir entre la realidad significada y los modos de significarla, establece una tensión dentro del lenguaje mismo que lo abre a una trascendencia mayor que no puede ser agotada en el discurso. La multiplicidad propia de los entes, en cuanto compuestos (acto y potencia), desvela los muchos modos de decir una misma realidad, según diversas maneras de apropiarla o conformar el entendimiento con la cosa significada. En Dios, esto no es así. Su Simplicidad absoluta (acto puro) hace que todo lo realice y aprehenda en un solo acto o acción en la que dice y ama simultáneamente, ya que no hay distinción entre lo que es y la forma en la que es. Es pura fidelidad y coherencia en lo que es.

 

Esta distinción-tensión lingüística entre el significado y los modos de significar está fundada ontológicamente sobre la constitución y estructuración de la realidad misma. Las creaturas no son su propio ser, mas participan del ser según diversos modos gradados. Se trata de un proceso de individuación del ser por el que cada ente es de y en un modo distinto, sin que ninguno pueda agotar el ser totalmente. Por una parte, la realidad es constituida en la medida que tiene el ser (esse) donado-creado por Dios; de otra parte, es cierto que éste no existe sino en cuanto estructurado, es decir, participado por y en cada ente que lo recibe a modo propio (habens esse). En otras palabras, es un ser-participado y no subsistente como el de Dios. Por tanto, en el orden del lenguaje podemos establecer tantos modos de significar la realidad, según sean los posibles modos de aprehenderla o de ser.

 

Con esta fundamentación del orden lógico en el ontológico Tomás logra establecer un nexo intrínseco entre ambos, que respetando la profunda tensión inagotable existente entre ellos, en cuanto son órdenes distintos, permite establecer el tipo de movimiento que los une intrínsecamente, a saber, el analógico. La analogía no es presentada como un simple recurso lógico, aunque no se puede negar que sea tratada por el Aquinate preferencialmente de un modo más explícito en este orden. La transformación semántica que se da en el significado de los predicados no es algo accidental, sino esencial, lo que quiere decir, que cuando predicamos de Dios o de los hombres que son Amor, esta propiedad se dice tanto en uno como en otro, según modos distintos de significar que corresponden a modos distintos de ser. Mientras que Dios es su Ser (Ipsum esse per se subsistens), los hombres participan del ser (habens esse), lo reciben de Dios como donación o comunicación de la forma en la que pueden ser según tantas posibilidades o modos existentes.

 

Se trata de un salto jerárquico cualitativo en el orden del lenguaje hacia un más allá que supera el lenguaje mismo (para Tomás). Un salto que quiere expresar la imposibilidad de contener en un solo acto intelectual o palabra pronunciada al ser. Un salto que nos desvela la multiplicidad de maneras de decir lo que somos y la diferencia ontológico existente cuando aplicamos nombres comunes a Dios y a las creaturas. Este salto cualitativo no anula al lenguaje sino que limita la decibilidad del mismo. El lenguaje puede ser unívoco, equívoco o analógico, pero sólo el tercero constituye y estructura el discurso acerca de Dios. Retomemos el ejemplo del amor nuevamente. En un primer momento podemos afirmar que Dios es amor, según el modo cómo nosotros entendemos tal término, a partir de nuestro conocimiento experiencial. Sin embargo, el amor va mucho más allá de lo que podemos decir acerca de él. Se necesita una precisión en la que neguemos que el Amor en Dios no es tal y como lo comprendemos nosotros. Es ahí cuando podemos decir también que Dios no es amor. Estos dos momentos representan dos limitaciones. Por una parte, cuando afirmábamos que Dios es Amor podíamos caer en el riesgo de definirlo unívocamente bajo un concepto creatural del amor y fabricar así un ídolo conceptual que falsee la divinidad. Por otra parte, al negar el amor de Dios podemos caer totalmente en una equivocidad tal que no encuentre un nexo común entre el amor en Dios y en nosotros, resignándonos a un silencio total acerca de Dios. No podríamos decir nada de la divinidad. Ante estos dos riesgos en el orden del lenguaje que falsean el orden teológico, Tomás hace uso de la analogía para poder hablar en forma propia de Dios, sin afirmarlo plenamente (univocidad) o negarlo totalmente (equivocidad). La tensión entre la afirmación y la negación se resuelve en la siguiente frase: Dios es Amor pero en modo eminente respecto las creaturas. El Amor en Dios es su misma esencia, mientras que nosotros participamos del amor. Por ello podemos decir que Dios es Amor, pero teniendo en cuenta que el amor en El sobrepasa nuestros modos de entender y significar tal realidad. La analogía le permite a Tomás construir un lenguaje desde el cual sea posible decir algo sobre Dios sin falsearlo.

 

Esta interrelación intrínseca entre los órdenes lógico y ontológico mediante la analogía encuentra su causa y razón de ser en el orden teológico, pues así como los modos de significación (orden lógico) se dan según sean los muchos y posibles modos de ser (orden ontológico), en la Trinidad cada Persona se apropia de la única esencia divina según sin por ello perder la perfecta unidad en la diversidad (orden Teológico).

 

 

2. La naturaleza divina y su constitución analógica: de la unidad en la diversidad intratrinitaria y la circularidad del poner-suponer-presuponer de los tres órdenes

 

Si en las creaturas la analogía se presentaba como un salto cualitativo y trascendente que le permite al orden lógico ir más allá de sí en razón de la significación, en la naturaleza divina la analogía se caracteriza por ser un movimiento inmanente que se da en la única esencia divina (naturaleza divina) y entre las tres personas divinas (por relaciones de oposición). De ahí que no implique movimiento o salto hacia fuera, sino generación, cuya acción se realiza según la forma de una unidad en la diversidad.

 

Tomás había partido del conocimiento natural del Deo Uno para llegar al conocimiento por fe del Deo Trino. Debemos distinguir que en el paso de la Unidad a la Trinidad divina hace uso de la analogía como instrumento lógico del conocer aplicado a las nociones de inteligencia y voluntad que nos acercan al misterio de las dos procesiones de la única naturaleza divina, a saber, la de la Palabra y la del Amor. Si por la esencia divina conocemos la unidad en Dios, por los supuestos (personas) conocemos la diferencia. Pero este paso cognoscitivo del Dios Uno al Dios Trino revela a su vez que la analogía no es usada por Tomás sólo como instrumento lógico, pues la diferencia que se revela en la tripersonalidad sólo se da en la única esencia divina en las que los tres son uno. De este modo, el supuesto (persona divina) se presupone en la unidad de esencia (deidad única), y supone su apropiación o modo subsistente de ser (por relaciones de oposición), así pone en la economía de la salvación la autocomunicación única de Dios sea como palabra-pronunciada (Hijo) o amor-donado (Espíritu).

 

Podemos aplicar este esquema analógico conceptual de la tríada poner-suponer-presuponer a cada persona divina en su unidad analógica respecto a las otras, así como a la interrelación existente entre los tres órdenes que hemos estudiado, para poder comprender mejor el concepto de circularidad. Decir Padre presupone que éste sea Dios en cuanto Principio sin principio de toda deidad, supone el Hijo respecto al cual ejerce la Paternidad, y pone la Palabra que lo expresa totalmente y en la que conoce todo. Decir Hijo presupone la esencia divina recibida en cuanto principio de principio, supone el Padre respecto al cual es Hijo y pone la Imagen por la que todo ha sido creado. Decir Espíritu presupone la esencia divina espirada y así comunicada por el Padre y el Hijo, supone las dos primeras personas que espiran en un único acto el Amor (como poder espirativo), y pone el Amor (como Persona subsistente) que atrae a las dos primeras personas mutuamente y comunica la presencia de la vida divina en la creación. Estamos, pues, en un lenguaje de inclusión en el que una persona divina se entiende en y por la otra según un orden de origen, mas no según un orden de sucesión que implica ordenación y jerarquía. Si en Dios las relaciones son reales, indican un modo propio de realizar la única esencia divina, de modo que la analogía no puede pertenecer sólo al orden lógico, sino que éste expresa analógicamente el modo cómo es la naturaleza divina misma.

 

Del mismo modo, podríamos hablar de una analógica trinitaria que permite una circularidad entre los tres órdenes lógico, ontológico y teológico. La analogía entonces, presupone el orden teológico en cuanto su estructura originaria y comunicativa, supone el orden ontológico en cuanto su Principio y Fundamento, y así pone en el orden lógico las palabras que logran expresar limitadamente el Misterio Trinitario. Se trata de un movimiento primeramente descendente-comunicativo (don): lo que se presupone en el orden teológico (originante), se supone en el ontológico (fundamento) y se pone en el lógico (expresión-decibilidad). A la vez se trata de un movimiento ascendente-participativo: lo que se pone (o es puesto) en las palabras humanas según diversos modos de significar la realidad (orden lógico), supone un nexo intrínseco con la realidad significada que se sitúa más allá del lenguaje (orden ontológico), y presupone su causa y razón de ser en la vida intratrinitaria de la que recibe la analogía como ritmo vital comunicado en el cual somos (orden teológico), según hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios.           

 

La circularidad intradivina nos permite descubrir el ritmo analógico trinitario como unidad (de naturaleza) en la diversidad (de personas), lo que queda más evidente en el proceso de la espiración del Amor en el que se realiza un solo acto simultáneo de espiración apropiado por el Padre y el Hijo según su diferencia hipostática. Siendo el poder espirativo uno, el modo cómo cada persona realiza la espiración es diverso. Ahora bien, se trata de un solo acto comunicativo, no de dos. La naturaleza divina es pura simplicidad, en ella no hay conflictos como tampoco sucesión. Hablar en ella de una perfecta unidad implica simultáneamente la perfecta diversidad. Es el Misterio de la correflexividad trinitaria, que supone los principios de coacción y la simultaneidad en la analógica trinitaria según lo hemos desarrollado en la investigación. Sólo en el misterio del Dios Uno y Trino la relación es auténtica co-acción de uno en y para el otro, sin posibilidad alguna de conflictos y separaciones.

 

En primer lugar, las personas existen contra-distinguiéndose (ST I, 40, 2). Las Personas divinas son y se dicen una de otra en sus relaciones. La relación no es algo accidental, no se rigen por el principio de ordenación-hacia sucesivo que caracteriza a los entes. Las personas divinas son en y por las relaciones. Se trata de una auténtica comunión que no responde a una decisión arbitraria, sino a una co-acción vital, que encuentra su origen y fundamento en la simultaneidad de la única esencia divina. De este modo la naturaleza divina no existe como un ente abstracto, sino en cuanto relacionada o hipostizada en cada persona y entre ellas, según la unidad en la diversidad.

 

Podemos hablar, entonces, de una analógica trinitaria (teológica) y de otra creatural (lógica y ontológica). La analógica trinitaria se caracteriza por cuatro principios que la constituyen y estructuran bajo un solo acto inmanente y comunicativo, o co-acción divina; a saber, la simultaneidad, la reciprocidad, la implicación y la circularidad ad intra (en Dios trino) y ad extra (entre los tres órdenes). La analógica creatural, sea en el orden de la realidad y como en el del lenguaje, está constituida y estructurada en un acto de inter-relación de órdenes según el movimiento de ordenación-hacia de todo ente respecto a su Principio y Fundamento (que es Dios) por relaciones no subsistentes, aunque sí intrínsecas, como de los efectos a su Causa y de los que participan (ente como habens esse) a lo Participado (esse). Así, las nociones de causalidad (de origen aristotélico) y participación jerárquica (de origen platónico) constituyen y estructuran la analógica creatural para el Aquinate, sea ésta entendida como analogía del ser (del Unius ad alterum), o analogía del nombre (respectum ad unum) en un acto único pero diferenciado de interrelación entre ambos órdenes. Esto nos lleva a distinguir ontológica y analógicamente la naturaleza divina de la humana. Si la divina se caracteriza por la unidad en la diversidad, la humana se entiende como una total trascendencia en una real participación.

 

 

3.  La naturaleza humana y su constitución analógica: una total trascendencia en una real participación

 

El lenguaje y el ser, el orden lógico y el ontológico o el orden predicamental y el real, como se les quiera llamar, constituyen y estructuran la naturaleza humana dotándola de ciertas nociones y propiedades que la hacen ser en un modo particular, dan identidad a su entidad. Esta identidad está constituida y estructurada por los principios de causalidad y participación jerárquica como hemos visto. El primero revela una total trascendencia del Creador respecto a lo creado; el segundo, la cercanía o relación intrínseca (no subsistente) entre ambos. La identidad creatural está con-formada por estos dos movimientos que se pueden traducir como lejanía y cercanía simultáneas y no sucesivas. Es decir, no se trata que hoy Dios esté más cerca que ayer. En el mismo momento en que está cerca se encuentra lejano simultáneamente, pues es Misterio para el hombre y no se puede aprehender totalmente en un instante. Antes bien, un instante en el Misterio implica una instancia nueva o novedad en la que crece y se expande nuestro modo de conocer. También el ser creado es un misterio y en cuanto tal no vive una unidad perfecta, sino la tensión de estar cercano y lejano a la vez de su propio ser, es un llamado a conformarse cada vez más con un estilo o modo propio en el cual sea.

 

Esta simultaneidad que se traducía en la Trinidad bajo el principio de co-acción única de las personas divinas según su orden de origen, en la creaturalidad se entiende como participación en el Misterio, lo que nos lleva a dos nociones fundamentales que rigen y mantienen la tensión analógica propia de las creaturas. Primero, la indecibilidad plena del Misterio (divino y humano), lo que implica la apertura del lenguaje a un más allá del discurso, a la trascendencia que lo sobrepasa por eminencia. Segundo, la imposibilidad de ser plenamente por sí mismo (somos por participación), lo que significa que ninguna identidad creatural es capaz de contener en sí todo el ser (esse), sino un solo modo de ser, el propio (habens esse). Es la analógica de la naturaleza humana.

 

La noción de participación indica según Tomás un doble camino por vía natural hacia Dios. Desde el ente hacia ser del ente (esse), y desde el ser del ente hacia el Ipsum Esse per se Subsistens. El primero nos lleva a la relación entidad-identidad, es decir, a la conformación del modo propio de ser de cada ente. El segundo a la búsqueda de la Causa por y en la que somos, Dios. Estos dos caminos se realizan a partir de la experiencia o por participación natural del orden lógico al ontológico por eminencia. Sin embargo, hay un tercer camino para el Aquinate que se realiza sólo a partir del conocimiento revelado de la Trinidad, y se trata de la participación en la naturaleza divina o sobrenatural. Es un camino que viene de Dios hacia los entes, como donación o autocomunicación de su propia vida y se realiza por inhabitación. Es la gracia a través de la cual la creatura es divinizada, elevada a una nueva creación. Este acto de elevación asume el orden lógico y el ontológico, no como un simple movimiento hacia un más allá ontológico; sino como la donación del fin último o razón de ser de toda la creación. Es un acto posible sólo porque ya somos inhabitados por la Trinidad. Un acto que no parte de la exigencia de la propia naturaleza humana, sino de la gratuidad absoluta de Dios que trasciende (lejanía) todo modo de ser particular pero a la vez los contiene en sí mismo (cercanía). Es el misterio de un Dios que Tomás presenta bajo una total trascendencia, pero que a la vez se manifiesta y autocomunica bajo una real participación natural y sobrenatural.

 

El hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, lo que significa que no sólo ha recibido la comunicación de la forma (imagen), sino también la capacidad de comunicarla, en un modo propio y limitado de ser (semejanza), sin por ello, dejar de manifestar la grandeza y eminencia del Amor, así como la presencia recreadora de Dios en la vida.

 

La elevación gratuita del hombre por participación en lo sobrenatural revela el nexo profundo entre los tres órdenes y la prioridad del teológico, en cuanto cada persona siendo propia, es inhabitada por la Trinidad y asumida totalmente, sin dejar de ser en un modo propio o identidad particular. La inclusión de lo creado en Dios es la manifestación de Amor más grande que podamos recibir, pues así como en la Trinidad inmanente se da una perfecta unidad en la diversidad, en su manifestación económica se mantiene una total trascendencia en una real participación de las creaturas por inclusión y conservación de todo el creado en el Dios Uno y Trino.

 

(Tomado de: LUCIANI Rafael, El Misterio de la Diferencia, Editrice Pontificia Università Gregoriana, Roma, 2002)

 

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experiencia de desierto mediante la cual